Opinion

Mirando de frente / parte 2

Dijimos en nuestra pasada intervención que los orígenes de la situación socio política que se vive actualmente en nuestro país está en la hegemonía histórica que algunas familias han establecido en Colombia, las cuales han impedido que personas ajenas a esos círculos tengan acceso a la dirección del estado. 

La natural y lógica consecuencia de ello es el descontento que se ha venido cocinando a fuego lento en el sentir de los colombianos. Ello aupado por la forma descarada en que esos mismos gobernantes buscan favorecerse entre ellos, desconociendo o atropellando derechos individuales y colectivos de la población, sin importarles mínimamente las normas éticas, morales y legales, apuntalado además por un sector que toda la vida han vivido a, costillas del estado, chupando de las arcas públicas mediante actos deshonestos y hasta delincuenciales. 

Este descontento trae como consecuencia una aguda polarización de la nación y una creciente desconfianza en las instituciones de la Patria. Así vemos que esa clase dirigente a que me refiero, junto a los chupasangres o rémoras del estado, conforman un grupo y por el otro lado la gran mayoría de los colombianos que, repito, desconfían de nuestras instituciones. 

Este panorama ha sido aprovechado por algunas personas que mediante la demagogia, la mentira y la deslealtad buscan treparse al poder, no para arreglar las cargas, sino para gobernar en beneficio propio, en una especie de “quítate tu pa’ ponerme yo”, o, en el peor de los casos, establecer un sistema de gobierno que niega libertades y derechos, como ha ocurrido en algunos países de nuestra América Latina. 

Es tal la polarización que afecta a Colombia que hay sectores que en aras de pregonar sus teorías políticas no solo desconocen, sino que repudian de manera excluyente y fanática el pensar de las demás personas, insultando a quienes no piensen como ellos, irrespetando el pensamiento e ideas ajenas, todo ello con una beligerancia que en vez de contribuir lo que hacen es atizar el fuego. 

Se puede disentir de nuestros congéneres, pero debe imperar el respeto hacia las personas y sus ideas. Ello me recuerda la famosa frase del gran filósofo francés Voltaire“Estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”.  

Con esto pretendo que algunas personas recapaciten y disminuyan su beligerancia al momento de tomar partido por una u otra expresión política para contribuir con ello al apaciguamiento de tanta polarización que nos afecta y que destruye los pocos residuos de sosiego en nuestra patria.- 

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